8M: Una Rebelión de Símbolos
Desde siempre los monumentos han sido testigos silenciosos de nuestra narrativa colectiva. Estructuras imponentes que se erigen como guardianes de la memoria, los monumentos encarnan las ideologías y los valores de las sociedades que los erigen. Sin embargo, estos no son simples edificaciones de piedra; son símbolos cargados de significado y poder.
Recientemente, hemos sido testigos de manifestaciones en las que hay daño y la desfiguración de monumentos históricos. Desde estatuas de figuras controvertidas hasta edificaciones emblemáticas, estos actos han suscitado un debate sobre el simbolismo detrás de estos monumentos y su lugar en nuestra sociedad contemporánea.
En su esencia más profunda, los monumentos históricos son la personificación de la memoria colectiva. Representan una versión idealizada de la historia, una narrativa construida por aquellos en el poder para perpetuar su hegemonía. Sin embargo, esta versión idealizada no siempre refleja la complejidad de la historia misma.
Cuando nos enfrentamos a monumentos que conmemoran figuras cuyas acciones están manchadas por la injusticia y la opresión, surge una pregunta inevitable: ¿debemos permitir que estos símbolos continúen dominando nuestro paisaje urbano y nuestro imaginario colectivo? La respuesta, cada vez más, parece ser un rotundo no.
El acto de derribar un monumento es mucho más que la demolición de una estructura física; es un acto de resistencia simbólica. Al desafiar la permanencia de estos símbolos, estamos desafiando el poder establecido y reclamando nuestra propia narrativa histórica. Este concepto se ilustra de manera elocuente en la película «V de Vendetta», donde el derribo del Parlamento se convierte en un símbolo de la resistencia contra la tiranía.
Históricamente, la destrucción de monumentos ha sido una táctica común en tiempos de guerra y revolución. Desde la caída del Muro de Berlín hasta la demolición de estatuas de líderes autoritarios, estos actos han marcado el fin de una era y el comienzo de una nueva. En cada caso, la demolición de los monumentos no solo representaba la caída de un régimen, sino también la liberación de una sociedad oprimida.
Al mirar hacia el pasado, podemos ver ejemplos claros de cómo el derribo de monumentos ha sido fundamental para el avance de la justicia y la igualdad. En Estados Unidos, la retirada de estatuas confederadas ha sido un paso crucial hacia la reconciliación y la curación de las heridas del pasado. En Sudáfrica, la eliminación de monumentos del apartheid ha sido un símbolo del compromiso del país con la verdad y la reconciliación.
En el contexto de las recientes marchas del 8M, los actos hacia los monumentos adquieren un significado aún más profundo. Estas manifestaciones, que buscan desafiar el patriarcado arraigado en nuestra sociedad, encuentran en estas acciones una expresión simbólica de su lucha. Al igual que las mujeres que han luchado por la igualdad a lo largo de la historia, rayar o dañar monumentos es un acto de resistencia contra un sistema que perpetúa la opresión y la desigualdad de género.
Creo firmemente que el derribo de monumentos no debe ser visto como un acto de vandalismo, sino como una forma legítima de protesta. Es una expresión de nuestro derecho a desafiar el status quo y a reclamar nuestra propia narrativa histórica. Al tirar símbolos, estamos desafiando ideas arraigadas y abriendo espacio para la construcción de un futuro más inclusivo y equitativo. En la pinta e incluso destrucción de monumentos, encontramos una rebelión de símbolos que nos recuerda el poder transformador de la protesta y la resistencia.