Reconstrucción del Tejido Social: El Milagro de El Salvador
Por: Alexis Da Costa
En El Salvador está pasando algo digno de análisis. Después de años en los que la violencia y el miedo eran parte del día a día, el país no solo ha encarcelado a miles de pandilleros: también está intentando hacer algo mucho más difícil, algo que casi ningún gobierno en América Latina se atreve a hacer con seriedad: reconstruir el tejido social.

Y ahí entra una oficina con un nombre que en otros países pasaría desapercibido: la Dirección de Reconstrucción del Tejido Social. Suena burocrático, técnico, hasta cursi. Pero en la práctica, esta dirección ha sido el rostro más inesperado de una estrategia que no se conformó con la mano dura. Ha sido la parte más silenciosa y, quizá por eso mismo, la más revolucionaria de todo este proceso.
Porque no se trata solo de meter a los criminales a la cárcel. Se trata de lo que viene después. ¿Qué haces con los jóvenes que quedaron huérfanos de referentes? ¿Qué haces con las comunidades donde el miedo era la única ley? ¿Qué haces con el país cuando, por fin, el silencio deja de oler a pólvora y comienza a sonar a posibilidad?
El sábado pasado, El Salvador dio una respuesta contundente: más de 30 mil personas llenaron el Estadio “Mágico González” para ver la final internacional de FMS (un evento freestyle) en el que por cierto el mexicano Mauricio Hernández salió campeón dando una auténtica clase.
En el evento patrocinado por la Dirección antes mencionada pudieron verse a jóvenes improvisando rimas, levantando la voz, celebrando el talento. Y lo más importante: sin miedo, sin amenazas, sin violencia. Solo hace falta recordar que hace una década, ese mismo tipo de evento habría sido territorio prohibido. Las clicas no solo controlaban calles, también controlaban el ánimo, las palabras, el derecho a reunirse, a expresarse.
Hoy, que un evento de rap se celebre así, con seguridad y alegría, es mucho más que un espectáculo: es un símbolo. Un síntoma claro de que algo está cambiando en lo profundo.
Y es ahí donde aparece el valor de la Dirección de Reconstrucción del Tejido Social. No es un programa asistencialista más, es un intento —arriesgado, contradictorio, valiente— por rearmar los lazos rotos de un país. Lo hace con centros comunitarios (los CUBO), con espacios culturales, con arte, con deporte, con presencia activa en comunidades que durante décadas fueron abandonadas. No se trata de caridad: se trata de restituir derechos. De devolver la dignidad.
No todo es perfecto. Hay críticas válidas sobre el modelo. Hay debate sobre los límites del poder, el autoritarismo y los derechos humanos. Pero mientras en muchas partes de América Latina los gobiernos se escudan en excusas y parálisis, El Salvador está escribiendo otra historia. Una que no gira solo en torno al miedo, sino también a la reconstrucción, a la posibilidad de imaginar un futuro distinto.
El verdadero milagro salvadoreño no está en las cifras. Está en ese joven que ahora improvisa una rima en vez de cargar un arma. En ese parque que antes estaba vacío y hoy está lleno de vida. En esa madre que puede caminar con sus hijos sin mirar por encima del hombro.
Y, sobre todo, está en algo que ya parecía olvidado: la capacidad de una sociedad de volver a creer en sí misma.