Narrar para mandar

Hay equipos que no ganan, pero parecen campeones.
Hay líderes que no gobiernan, pero quedan en la historia como gigantes.
Hay crisis que nunca existieron.
Y otras que se fabrican para tener a quién culpar.
Lo que se gana no es el poder. Es la historia.
Me obsesiona la forma en que recordamos las cosas.
No por lo que fueron, sino por cómo nos las contaron.
La historia no la escriben los vencedores.
La escriben los que saben contarla.
Los buenos narradores no necesitan resultados. Solo necesitan enemigos claros, frases repetibles, y una sociedad dispuesta a elegir emociones sobre hechos.
En política, la narrativa puede sostener un mal gobierno.
Pero también puede destruir a uno bueno.
No se trata solo de gobernar.
Se trata de contar una historia convincente de por qué todo está mal y por qué tú eres el único que puede arreglarlo.
Hay opositores que no ofrecen alternativas.
Solo repiten una narrativa hasta que se convierte en “sentido común”.
Lo hemos visto muchas veces.
Un país en crecimiento.
Con estabilidad o incluso avances.
Pero de pronto, todo parece ir mal.
Todo es un desastre. Todo está podrido.
Los medios lo repiten. Las redes lo amplifican.
Las calles lo gritan.
¿La economía mejora?
Se dice que es solo para unos cuantos.
¿Bajan los homicidios?
Se dice que es porque ya no se denuncian.
¿Hay inversión extranjera?
Se dice que es especulación. O deuda. O trampa.
La realidad no importa si la narrativa es más fuerte.
Se siembra la idea de una catástrofe.
Se repite con convicción.
Se deja que madure como fruta podrida.
Y justo cuando el gobierno empieza a desgastarse, aparece el redentor.
La narrativa es la antesala del poder.
Primero destruye la legitimidad del que está.
Luego fabrica la ilusión de que el que viene salvará todo.
Los mejores narradores políticos no esperan turnos.
Fabrican crisis.
Exageran errores.
Colapsan al adversario desde la percepción.
Así caen gobiernos que aún funcionan.
Así llegan líderes que aún no han hecho nada.
En América Latina, en Europa, en cualquier democracia frágil, esto se repite con precisión quirúrgica.
En todos lados, la estrategia es la misma:
Primero se deslegitima todo.
Después se ofrece “la única salida”.
Y la gente lo cree.
Porque la narrativa no necesita ser cierta.
Solo necesita sonar como si lo fuera.
Vivimos en una época donde los hechos compiten con los relatos.
Y muchas veces pierden.
Yo también me he creído historias.
He visto líderes mediocres convertidos en mártires.
Y gobiernos torpes convertidos en víctimas de una conspiración imaginaria.
La narrativa es un arma.
No es ni de izquierda ni de derecha.
Ni de gobierno ni de oposición.
Es de quien la use mejor.
Quien controla el relato, controla la percepción.
Y quien controla la percepción, no necesita ganar… solo necesita parecer que ya ganó.