Entre la autenticidad existencial y las promesas de campaña
Por: Alexis Da Costa
Las campañas electorales, en su búsqueda de votos y poder, a menudo enfrentan el desafío de mantener un equilibrio entre lo prometido y lo alcanzado, entre la autenticidad y la traición.
El existencialismo, una corriente filosófica que proclama la autenticidad y la responsabilidad individual, se levanta como un espejo frente a los líderes políticos. En la política mexicana, la autenticidad se vuelve un enigma, una cualidad a menudo esquiva en un mundo donde el oportunismo y la retórica parecen prevalecer. El existencialismo de Sartre nos desafía a considerar si nuestros líderes son auténticos en su búsqueda del bienestar público o si están comprometidos con sus propios intereses.
Reflexionar sobre la autenticidad política en relación con el existencialismo nos lleva a cuestionar si nuestros líderes toman decisiones basadas en valores genuinos en lugar de cálculos políticos. ¿Están dispuestos a ser verdaderos consigo mismos y con el pueblo que representan? La presión de la política podría tentar a la falsedad, pero el existencialismo nos llama a preguntarnos si el auténtico “yo”puede coexistir con la maquinaria de la política moderna.
No obstante, no se trata solo de los líderes. Los ciudadanos también deben reflexionar sobre su propio papel en el proceso político. El existencialismo nos reta a asumir una participación activa y responsable en la política, a no solo votar, sino a examinar críticamente las propuestas y acciones de los candidatos. A participar directamente con los Gobiernos en la búsqueda de soluciones y diseño en conjunto de políticas publicas que busquen enfrentar los desafíos que se imponen día a día en la sociedad.
Como individuos auténticos, debemos responsabilizarnos de exigir autenticidad y coherencia en nuestros representantes, pero también de darla nosotros mismos, quejarnos de inundaciones en las calles, pero tirar basura en la calle o sacar nuestro deshechos fuera del horario de recolección, quejarnos de la prepotencia policial o de la corrupción, pero incumplir con los reglamentos, darle la vuelta a las leyes a nuestro beneficio, usar “atajos” para tramites o mentir para conseguir un beneficio nos pone en la misma balanza de lo que criticamos.
Se voltea la pregunta ¿Estamos dispuestos a ser verdaderos con nosotros mismos? O solamente si las acciones referidas están en sintonía con nuestros intereses personales las aceptamos, pero si las mismas nos ocasionan molestia, gasto de tiempo o dinero o algún tipo de esfuerzo las rechazamos automáticamente y buscamos alguna otra acción negativa con el fin de justificar nuestra irresponsabilidad o negación.
Un sesgo cognitivo que valdría la pena analizar más a fondo.
En el otro extremo del espectro filosófico, encontramos el concepto de contrato social de Rousseau, un pacto imaginario donde los individuos ceden ciertas libertades en aras del bienestar colectivo. Este concepto encuentra un eco en las campañas electorales, donde los políticos prometen mejoras y soluciones que a menudo parecen ilusorias una vez que asumen el poder.
La tensión entre las promesas electorales y la realidad política se hace evidente cuando observamos cómo las campañas políticas prometen un futuro brillante pero enfrentan dificultades para cumplir esas promesas una vez en el poder.
Esta cuestión puede ser abordada desde tres frentes, tres posibles escenarios que buscan explicar este fenómeno:
El primero es la necesidad de asombro del ciudadano, decreer que puede realizarse algo extraordinario con lo ordinario y en respuesta la necesidad del candidato de exponer ideas maravillosas fuera de los estándares incluso posibles que difícilmente podrán ser llevados a la realidad.
El segundo se trata de la ignorancia y falta de capacidad de un candidato, si hay algo que pocas veces es tratado en círculos de platica social, pocas veces es abordado fuera de las conferencias especializadas o de las charlas de los experimentados en el medio: es la diferencia entre la política y la administración publica, siendo para muchos lo mismo o una rama de la otra. Lo que lleva a quienes no han tenido una verdadera experiencia en la administración pública o preparación académica en la materia a pensar que se resuelve de la misma manera lo que acontece en el escenario político a lo que sucede dentro de un Gobierno. Si bien existen multitud de situaciones en las que funcionan de manera sincronizada y una antecede a la otra, en el aspecto ordinario del día a día las cosas funcionan de manera muy distinta. Es a causa del desconocimiento del funcionamiento interno de un Gobierno que muchas veces los candidatos o candidatas pueden hacer propuestas muy desapegadas de lo viable.
Por último: por mera conveniencia, por la acción totalmente consciente y premeditada de mentir para conseguir una ventaja, una posición o hacer creer a quien le escucha que tiene un verdadero interés en solucionar una problemática. Así se manipula al elector para que pueda creer que esas propuestas brillantes que prometen solucionar todos sus problemas llegaran.
La comparación con el contrato social nos invita a cuestionar si los líderes actuales, al igual que los individuos en la teoría de Rousseau, renuncian a ciertas intenciones altruistas en el proceso de adquirir y mantener el poder.
Pero también a que como ciudadanía nos involucremos más en la administración publica de nuestros municipio y estados, que busquemos comprender como un tema de “cultura general” el funcionamiento de los mismos y así podremos interpretar lo que realmente esta pasando y puede pasar en nuestra comunidad
Mientras México navega por su futuro político, estas corrientes filosóficas nos instan a reflexionar sobre la autenticidad de nuestras acciones y decisiones políticas, y a considerar si los líderes y ciudadanos están dispuestos a abrazar la autenticidad y la responsabilidad que conlleva el proceso político. A medida que las elecciones se suceden y los líderes cambian, estas reflexiones filosóficas pueden servir como guía para un México que busca un camino más genuino y equilibrado en su búsqueda de un futuro político prometedor.