El día de los muertos políticos
Por: Alexis Da Costa
El Día de Muertos, una tradición ancestral y profundamente enraizada en nuestra cultura, nos recuerda cada año que la muerte es solo una parte más del ciclo de la vida. Las ofrendas en los altares, las flores de cempasúchil y las velas encendidas en honor de aquellos que ya no están físicamente, nos enseñan que la muerte verdadera ocurre solo cuando no queda nadie que nos recuerde, que hable de nosotros, que mantenga vivo nuestro nombre y nuestras historias.
Desde las obras de grandes escritores hasta las producciones cinematográficas animadas que rinden homenaje a esta tradición, se transmite la idea de que, mientras alguien nos recuerde, seguimos de algún modo vivos. Solo muere quien se ha desvanecido de la memoria colectiva.
En política, esta premisa también es cierta, aunque se viva de forma distinta. Solo están muertos quienes ya no tienen seguidores, quienes no resuenan en las conversaciones, quienes se desvanecen en el tiempo sin que nadie hable de ellos. Aquellos a los que, poco a poco, se les apaga la memoria pública, y las hazañas, promesas o logros que alguna vez llevaron como estandarte, pierden brillo y relevancia.
Sin embargo, la política también nos ofrece sus propias paradojas, y una de las más conocidas es que, a diferencia de la vida misma, nos dice el dicho que “en política nadie está muerto”.
El poder y el interés parecen revivir lo que parecía sepultado, y muchas veces proyectos e ideas resurgen con nueva fuerza. Pero el reto está en quienes logran mantenerse vivos en los márgenes, aquellos que encuentran maneras de sobrevivir en la penumbra, que se renuevan desde las sombras, esperando el momento propicio para volver a aparecer.
Para muchos políticos, sobre todo aquellos que enfrentaron la derrota en las elecciones del pasado 02 de junio, esta es una realidad palpable. Se retiran a un segundo plano, su nombre ya no figura en las primeras planas, y sus proyectos quedan en el aire. Pero eso no significa que estén muertos políticamente.
De hecho, el olvido temporal puede ser una estrategia.
Entre aquellos que se han sumido en el silencio, algunos han aprendido a mantenerse relevantes en la oscuridad, a renovar sus ideas en las esquinas olvidadas de los pueblos, en los diálogos de la plazas y en los momentos menos esperados pueden resurgir con fuerza, mostrando que el eterno retorno es inevitable y solo queda apresurarlo para algunos y atrasarlo para otros.
Depende de la habilidad de los victoriosos la permanencia en la cima. Se debe prevenir que las nuevas administraciones, en su momento de victoria y brillo, pueden terminar deslumbrados por las luces de los reflectores sin ver lo que ocurre en la oscuridad.
La historia muestra que, a menudo, aquellos olvidados encuentran formas de resucitar con más poder. Es la rueda de la fortuna, el eterno retorno, el ciclo político que gira sin cesar, y que permite que los derrotados de hoy se conviertan en los contendientes de mañana.
Como mencionaba, no podemos parar a la rueda, indudablemente llegará el cambio, pero con las acciones correctas podemos atrasar su giro y aprovechar el momento.
La prudencia y la estrategia son cualidades esenciales, la planificación adecuada, la capacidad de escuchar a quienes parecen olvidados y el entendimiento de que en política todo es un ciclo, pueden marcar la diferencia entre un liderazgo que se mantiene vigente y uno que sucumbe.
Mientras la rueda gira solo nos queda poner los altares, cubrirnos de las luces y desempolvar los binoculares para lograr ver en la oscuridad.